Son ya casi
seis años de convivencia, de amor, de rutinas, de hijastra, de hijos comunes,
de vida común. Durante todo este tiempo he amado como nunca creí que se podía
querer, con la incondicionalidad más absoluta, creyendo de lleno en la
historia, saltándome los convencionalismos sociales de familias tradicionales,
apostando por mi propia historia, por un concepto de familia más amplio.
Enamorada del que ahora es mi marido y de su hija empecé sin miedos, con una
mirada llena de esperanza, con alegría, con fuerza, creyendo que podría sin
duda con lo que sólo serían las dificultades propias de una familia más. Porque
eso es lo que somos, una familia más.
Demostrando
cada día con respeto, educación y amor mi papel de madrastra creía que me
ganaría el respeto y la confianza de la madre de la niña. Sin embargo, las
miradas de asco, los insultos, las faltas continuas de respeto, su manera insidiosa
de juzgar nuestra vida, de opinar hasta sobre lo que desayunamos, su surrealista
percepción de la realidad no ha cambiado. No importa que seamos siempre
"perfectos", que nos lo curremos hasta el delirio, que corramos para adaptarnos
a los planes que ella impone como madre custodia, que cambiemos nuestros planes
familiares, de cumpleaños, de vacaciones, nuestros horarios laborales. Nunca vale
nada. Siempre hay un desprecio como respuesta.
Supongo que como
parte de mi herencia de educación cristiana que aún pesa, creía que "poniendo
la otra mejilla" lo conseguiría. Y lo que he conseguido es aumentar mi frustración,
mi eterna pregunta de "pero por qué?", "qué más hace falta?"
"cuanto más tengo que demostrar?" Cuanto más perfecta quería ser, más
enfadada me sentía al recibir el rechazo, por los miles de whatapps e emails
que recibe mi marido por cada mínima cosa, siempre por cuestiones accesorias (porque
importante no puede decir nada) para mantener abierto un conflicto artificial. Y
crecía con ello mi miedo a lo que diga la madre, a lo que diga la niña, y es como
vivir con una bomba debajo de la cama. Porque la gente que quiere molestarte y
herirte lo seguirá haciendo, sin más razones que el mero placer de molestar.
Y crucé la línea,
una línea invisible que me no me dejaba quedarme con la parte racional, la que dicta
mi conciencia de estar haciendo la correcto, que me llevó a vivir con miedo, a vivir
sintiéndome juzgada. A repensar cada movimiento para demostrar que no soy mala.
Y entonces, me puse mala yo.
Con las
hormonas aún alocadas después de dos embarazos muy seguidos y dos lactancias, mi
cuerpo y mi mente dijeron basta. Hasta aquí hemos llegado. Se me agarrotó el
corazón, y las manos, los brazos, las piernas, el cuello. Llegaron las
pesadillas y luego el insomnio. El cansancio crónico. Llegaron los días en lo
que no podía abrir las manos al levantarme, que no me podía desvestir ni
lavarme el pelo, que no podía poner una zapatilla a mis hijos o abrir una
botella de agua, que mis piernas no sostenían el peso enorme de mi cuerpo.
Perdí peso, se irritó mi carácter, se nubló mi sonrisa. Desde hace meses
peregrino por reumatólogos, traumatólogos, osteópatas, psicólogos, unidades de
fibromialgia. Tengo a mi marido, mi familia, mis amigos preocupados y las
lágrimas siempre a punto de saltar por cualquier cosa.
Como decía una
de las madrastras del blog, al final todo estamos hechos de la misma pasta y si
nos pinchan sangramos.
Este blog y mi
"salida del armario" en la entrevista publicada por Mujer Hoy han sido un paso adelante,
vuestros comentarios y vuestras historias son como una terapia de grupo. Nadie
como vosotras puede entender la presión de ser madrastra, de querer ser "perfecta",
de tener que aguantar quejas infundadas, del esfuerzo enorme que supone evitar el
conflicto.
Con este post
no quiero ser derrotista si no animaros a seguir en vuestro papel, con amor,
honestidad y respeto, pero sin cruzar la línea invisible. Sin olvidaros de vosotras
mismas, sin faltaros al resto, con auto-crítica pero sin dejar que os preocupe
que os juzguen desde fuera.
Yo sigo como
mami y madrastra, reaprendiendo mi rol, haciendo las mismas cosas, con el mismo
amor, pero buscando otra filosofía que no me haga daño. Es fácil cruzar la línea
pero no es fácil volver atrás.
Ánimo madrastras!
Somos parte del nuevo concepto de familia, aún incomprendidas por muchos, pero más
común de lo que parece. No cometáis los mismos errores que yo, no os dejéis a
un lado, si vosotras caéis, cae la familia. Hay que saber decir "no"
de vez en cuando, aceptar que hay madres que nunca os aceptarán hagáis lo que
hagáis, así que actuad en conciencia, no dejéis que vuestro matrimonio sea un
trio, no viváis con miedo a amar.
Gracias de
nuevo por estar ahí y por compartir.