27 de enero de 2014

A Sol y sus Soles

 
Luke Skywalker en la película "La guerra de las Galaxias"

 
Sol está llena de amor. Está enamorada, quiere, cuida y apoya a su pareja y a los hijos que él aporta a esta nueva familia (ella los llama sus “soles”). Sol quiere incondicionalmente, ama a unos peques que un día llegaron sin más (no disfrutó de ellos en su barriga, ni les puso el nombre, ni la llaman “mami”), ama sin lazos de sangre ni parentescos, ama sin documentos ni recompensas.
 
Pero Sol en su rol de madrastra (aunque nunca se haya definido así) se siente pequeña, a veces sobrepasada, a veces perdida. Cuenta: “no quiero sentirme culpable por amar”.
 
¿Cómo alguien capaz de amar a los hijos de otra persona “de la punta de los pies a lo más alto de la cabeza” (usando sus propias palabras) puede sentirse así?
 
Muchas madrastras compartimos sus sentimientos, pero ser madrastra (de las que aman y hacen reír, no de las que malas malísimas de las pelis y cuentos) debería hacernos sentir felices y orgullosas.
 
Sí, ORGULLOSAS, porque hemos descubierto que tenemos una capacidad de amar infinita, que no nos importa que los niños que llevamos al cine no tengan nuestros ojos ni nuestro color de pelo, que somos capaces de superar las visiones más tradicionales de la familia y educar en igualdad, que sabemos sin lugar a dudas ni interpretaciones que una madre es una de las dos partes más importantes de la vida de una persona porque nosotras adoramos a la nuestra (¡y que no nos la toque nadie!), que somos felices sólo con un beso de buenas noches de un canijo en pijama porque sabemos que no tiene obligación de dárnoslo, porque lo dejamos todo si ese niño (que no es nuestro hijo pero le queremos igualmente) nos necesita para lo que sea.
 
A Sol y a sus Soles les deseo la mayor felicidad. Como familia “reconstruida” tendrán que luchar para acomodar las necesidades de todos, para quererse como el primer día, para respetarse en lo bueno y en lo malo, para reforzar sus lazos con tazones de chocolate y kilos de helado, para dar valor al tiempo que pasan juntos.
 
¿Qué diferencia hay con una familia “normal”? Yo creo que ninguna. Respeto y mucho amor, algo de paciencia, sonrisas, tiempo, caricias…la receta es complicada, pero no porque sean una familia donde sus miembros no han llegado en el orden tradicional, sino porque mantener el amor es siempre difícil.
 
Gracias Sol por aportar a este blog con tus experiencias desde el cariño y el respeto.
 
Sigue brillando.
 

 

23 de enero de 2014

Conversaciones…entre madre e hija



Los porqués de mi chiquitina

 
 
 
 
 

 
Ayer salí más temprano del trabajo y como mis pequeños no tenían ninguna actividad extra-escolar pensé que sería buena idea pasar la tarde con ellos por ahí, merendar y esas cosas. Así que fui a buscarles a la guarde  lo más temprano que pude.
Esta es la conversación que mantuve con mi chiquitina de casi tres años :
Yo: Hola cariño, esta tarde he pensado que sería divertido pasar toda la tarde juntas e ir a merendar al centro comercial, de compras y al parque. ¿Qué te parece?
La chiquitina: No. No quiero (contesta categórica mi hija)
Yo: mmmmmm, no? ¿Por qué?
La chiquitina: Pol que no mami.
Yo: ¿no quieres pasar la tarde con tu mami?
La chiquitina: Que no
Yo: Entonces, ¿con quién te gustaría pasar la tarde, cariño?
La chiquitina: Con mi Tata (así llama a su hermana mayor, “La peque” de este blog, hija de mi marido)
Yo: Ya princesa, pero ya sabes que la Tata no puede estar todas las tardes con nosotros. Ya te lo he contado muchas veces. Sólo puede venir algunos días.
La chiquitina: Pero ¿pol qué? Yo quiero la Tata.
Yo: Porque ya sabes que tu Tata tiene otra mami que la quiere mucho y también quiere estar con ella. Hoy está con su mamá y va a la piscina.
La chiquitina: ¿Pol qué Tata tiene otra mamá?
Yo: Porque tu papi tuvo una hija con otra chica y esa mujer es la mamá de tu hermana. Tú sabes dónde vive y sabes también que tiene un perrito, no?
La chiquitina: Sí, pero digo que ¿pol qué?
Yo: Pues mira creo que yo ya no te puedo contestar a éso. Deberías preguntárselo a papi cuando llegue.
La chiquitina: Vale. ¿Poemos comprar chuches?
Yo: J
Y así me sacó una bolsa de chuches ayer por la tarde….
 


22 de enero de 2014

Entre madres y madrastras (primera parte)






Mi vida diaria supongo que no dista mucho de la vida que llevan otras madrastras. En muchas ocasiones recibo emails o twitters de mujeres que se encuentran en situaciones parecidas y se identifican con mis vivencias.

Por lo que me cuentan, para la mayor parte de ellas la relación con la madre de los hijos de su marido/pareja no es fácil.  La relación entre la madre y la madrastra debería ser, a mi juicio, al menos educada y cordial. Al fin y al cabo las dos tenemos un rol en la vida del niño (la madre siempre será la madre pero no olvidemos que la madrastra también convive con el pequeño) y no parece ni muy inteligente ni muy sano entrar en conflicto entre nosotras.

En mi caso personal la relación con la madre de “la peque” ha pasado por distintas fases. Estas fases no son desde luego aplicables a otros casos. Depende de lo reciente de la ruptura entre los padres, de la edad y número de hijos comunes, del momento personal que esté viviendo cada persona, etc.

Estas fases resumen mi relación madre-madrastra (o al menos, así lo vivo):

Fase 1: Baby-syster gratuita. ¡Qué bien que existe esta chica! Me facilita la logística.
Mi presencia al principio fue vista de manera más o menos positiva. Yo ayudaba con los aspectos prácticos y siempre viene bien contar con otras dos manos, pies y ojos, no? Hablábamos con educación cuando nos encontrábamos o en los intercambios, si yo cogía el teléfono de casa me saludaba e incluso me comentaba el motivo de la llamada, y hasta celebrábamos los cumpleaños de “la peque” todos juntos (que no revueltos).
Respeto mutuo.
Fase 2: Los filetes rusos de la novia de papá me encantan.
La convivencia afianzaba mi relación con la niña y crecían nuestros lazos y vivencias comunes. “La peque” hablaba libremente de mí en casa de su madre: me gustan sus macarrones con tomate, jugamos al “veo-veo” en el coche, hemos ido a comprar una mochila, me ha llevado a casa de menganita….Yo avanzaba en mi relación familiar y por ello me hacía (y lo sigo haciendo) cargo de muchas cuestiones caseras que atañen a toda la familia. No lo hago para competir con las habilidades de la madre, simplemente hago la cena algunos días, voy a la compra, lavo los uniformes del colegio, ayudo con la higiene personal, doy besos antes de irme a trabajar…. “La peque” es parte de mi familia y las dinámicas familiares son las de cualquier familia.
Su mundo (el de la madre) entró en una estúpida competición con el mío. Mi ayuda ya no era bienvenida.
Fase 3. Estoy para quedarme.
La simpática novia de papá pasó a ser la mujer de papá y a ampliar la familia. Mi presencia, sobre todo desde que nació mi primera hija, pasó a ser una amenaza para la madre. Yo le ofrecía a “la peque” unos hermanos y una visión de la vida.  Su madre lanzó la artillería pesada.
Comenzaron los comentarios del estilo: “no eres su madre”,  “tú no eres familia de mi hija”, “ocupa tu sitio”, “tú no eres nadie”. Se acabó el buen rollo.
Fase 4: Acoso y derribo.
La madre desacredita todo lo que hago, delante de "la peque", con los vecinos, con los conocidos comunes, en el colegio. Si hago porque hago, si no hago porque no hago. Como consecuencia, mis hijos y yo hemos dejado de existir para “la peque”cuando su madre está cerca . Nunca pregunta qué tal están sus hermanos por teléfono, ni nos menciona cuando le cuenta a su madre lo que ha hecho el fin de semana o en las vacaciones. Si nos encontramos en el super, en el colegio o en la piscina casi ni nos saluda.
Dolor.
 
De madrastra a madre: Por favor, recuerda que estoy aquí para construir no para destruir; estoy para aportar no para suplantar. No quiero ser su madre pero soy su madrastra.
 
                                                                                                                            
 
 

3 de enero de 2014

Recuérdame


Como siempre, “la peque” ha pasado la primera parte de las Navidades con su madre y la segunda con su padre. Esta vez de casa de su madre se trajo tres fotos que su madre le había dado para que se acordase de ella (aunque no creo que se pueda olvidar a una madre en ocho días y menos hablando casi a diario, pero bueno)
Has aquí todo, digamos, normal.
Son, concretamente, tres fotos, y lo que yo esperaba que me enseñara "la peque" eran tres fotos recientes, del último viaje a la nieve o del verano pasado (por poner un ejemplo). Pero que va. Una foto era del perro que tenían hace años (pasó a mejor vida el pobre), la segunda era un primer plano de ella (la señora madre) con unos diez años menos asomando bikini por la camiseta, y la tercera era una foto de madre e hija en la piscina de su casa cuando “la peque” parecía tener como un añito. Es decir, sacada seguramente por mi marido cuando aún eran una familia unida. Se ve incluso la vallita de protección de la piscina que mi marido puso para evitar caídas y sustos (vaya detalle en el que me fijo, no?).
Pues vaya…
Salen muy guapas y el perrito muy mono. Mi primera reacción ha sido poner su retrato en la puerta de la nevera agarrada con uno de los imanes que nos gusta coleccionar de los viajes. Así he podido mirarle a los ojos y preguntarle tranquilamente: “¿a qué se debe este detalle? Fotos que tenías por ahí sin más? algún mensajito entre líneas? mala leche….??
No me ha contestado, así que he optado por devolver las fotos a “la peque”.