28 de octubre de 2013

Silencios


 
 
La vida (al menos la mía) está llena de pequeñas cosas, de cosas simples, tal vez insignificantes. No hay grandes cosas que contar. La logística diaria con los peques, el trabajo, los planes para el fin de semana. Siempre me ha gustado pensar que son esas cositas las que diferencian una vida de otra. Los detalles despiertan una caricia, hacen estallar una risa o por el contrario te llenan los ojos de lágrimas o dejan un sabor amargo en el recuerdo.  

Pero las pequeñas cosas no son emocionantes, ni dan para conversaciones super interesantes. Son aburridas la mayor parte del tiempo e incluso tediosas para mucha gente. Son, simplemente, la vida diaria.

Dejar de cuidar los pequeños gestos de cada día, pasar por alto los temas más cotidianos, nos deja mesas en restaurantes llenas de parejas que comen juntas pero cada uno con su móvil, escribiendo mensajes a otros amigos (u otras parejas), teatros llenos de espectadores que no dejan de mandar whatsapps, familias enteras delante de la tele sin conversación.

Olvidar los pequeños detalles nos deja silencio.

Un silencio que molesta, que hay que llenar con ruido ajeno, que hiere, que levanta muros de cristal, que distancia.

Recuerdo que cuando aún comenzaba la relación con quien es hoy mi marido volvíamos de una excursión de la sierra una noche de sábado en el coche, en silencio, escuchando la radio bajita, mirando la carretera oscura. Aunque apenas habíamos salido un par de veces, yo pensaba, con esta persona puedo vivir el resto de mi vida. Porque estos son los silencios que quiero tener. Silencios tranquilos, llenos de caricias y miradas cómplices.

El silencio elegido puede ser maravilloso, el silencio impuesto puede ser demoledor.

Quiero llenar mi vida de silencios con mayúsculas. No creo que pudiera aguantar ser una de esas familias que comen delante de la tele cada uno con su móvil, mientras cuentan las pequeñas cosas de su vida por whatsapp a otros que no están sentados a la mesa.

 


2 de octubre de 2013

Retomando







Ayer un buen amigo de juventud al que me une mucho cariño y buenos recuerdos y ahora mensajes y fotos en Facebook (una pena que no vivamos en la misma ciudad y que la rutina diaria no nos deje tanto tiempo libre como nos gustaría) me preguntó qué tal la vida.

Contarle en un mensaje breve las tribulaciones de una familia de 4 + 1, de las idas y venidas del Juzgado por los temas de custodia de “la peque”, de mis noches sin dormir alimentando a mi bebé insaciable, de los dos trabajos que intento sacar adelante, de las ganas de llorar y reir,  es casi imposible.

Pero explicarle con palabras lo que siento y vivo me hizo recodar que necesito compartir, explicar, ponerle palabras a mis experiencias. Me ayuda a parar, a reflexionar, a racionalizar algunas cosas, me da perspectiva, me mantiene la mente ágil y me da paz.
Por eso hoy vuelvo al blog después de muchos meses de parón. La baja de maternidad de nuestro nuevo bebé ha pasado volando y no ha sido fácil. Quiero volver a tomar las riendas de mi vida, como mami-madrastra, como amiga, como mujer, como amante, como profesional. No quiero que las noches sin dormir, que un verano difícil aunque lleno de vida, que las heridas provocadas por una gata celosa, me congelen el corazón.

Gracias amigo por preguntar.
Estoy de vuelta